La idea de aprovechar microorganismos para producir electricidad suena a ciencia ficción, pero ya está madurando en los laboratorios. Hoy, nuevos avances permiten fabricar diminutas centrales eléctricas vivas capaces de alimentar sensores y dispositivos sin cables ni combustibles fósiles.
En lugar de litio o metales pesados, estas biobaterías usan bacterias que convierten nutrientes simples y luz en electrones. El resultado es una fuente renovable, autorreparable y, sobre todo, sorprendentemente duradera: más de 400 horas de funcionamiento continuo según las pruebas más recientes.
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Baterías vivas alimentadas por bacterias
Las biobaterías se basan en organismos electroactivos que liberan electrones durante su metabolismo. Ese flujo se capta mediante electrodos y se convierte en corriente útil. En otras palabras, la pila está “viva” y se repara a sí misma mientras haya nutrientes o luz disponibles.
A diferencia de las celdas solares tradicionales, los microbios siguen trabajando de noche, porque almacenan energía química e intercambian metabolitos entre especies. Así, la generación no depende exclusivamente del sol ni de una recarga externa, lo que abre la puerta a aplicaciones remotas.
Otra ventaja clave es la sostenibilidad. Estos sistemas prescinden de cobalto, níquel o solventes tóxicos. Cuando la batería alcanza el final de su vida útil, se puede compostar casi por completo sin contaminar el ambiente, algo imposible con muchas tecnologías actuales.
Por si fuera poco, la arquitectura modular permite fabricar biobaterías del tamaño de una moneda y conectarlas como piezas de Lego. Esto facilita aumentar voltaje o corriente según la tarea: desde alimentar un marcapasos hasta un nodo de comunicación en un cultivo agrícola.
Cómo los consorcios microbianos permiten crear baterías vivas
Los investigadores descubrieron que mezclar varios tipos de bacterias, pero manteniéndolos en capas separadas, crea un ecosistema cooperativo que produce más electricidad durante más tiempo. Cada especie aporta un servicio distinto, evitando la competencia directa.
Por ejemplo, Shewanella oneidensis transfiere electrones con gran eficacia al ánodo. Encima, Bacillus subtilis genera riboflavina, una molécula que actúa como lanzadera de electrones y además consume oxígeno, creando un microambiente anaerobio favorable para Shewanella.
La tercera capa introduce a Synechocystis sp., una cianobacteria fotosintética. Bajo la luz, sintetiza carbohidratos que alimentan al resto de la comunidad. De noche, los otros microbios continúan respirando esos nutrientes y mantienen la salida eléctrica.
Gracias a esta orquestación, las baterías que generan energía con consorcios estratificados triplican la densidad de potencia respecto a dispositivos con una sola especie. Además, la resistencia interna baja drásticamente, lo que mejora la eficiencia y reduce las pérdidas de voltaje.
Detalles del estudio
Según el estudio publicado en Journal of Power Sources, el equipo de la Universidad Estatal de Nueva York fabricó módulos de 30 × 30 mm con tres cámaras cuasi‑sólidas y electrodos de grafito.
Primero, electropolimerizaron una mezcla de PEDOT:PSS y alginato cargada con S. oneidensis sobre el ánodo. Luego repitieron el proceso con B. subtilis y, finalmente, con Synechocystis, apilando cada capa como un sándwich conductor y estable.
Los módulos individuales alcanzaron 42 µW cm⁻² y 0,58 V en circuito abierto. Al cubrirlos con un gel higroscópico, el conjunto retuvo humedad y gases, manteniendo el rendimiento durante ciclos de 12 h de luz y 12 h de oscuridad.
Al conectar 24 biobaterías en combinación serie‑paralelo, los autores alimentaron un sensor Bluetooth de baja potencia que transmitía temperatura a un teléfono inteligente. Todo el sistema funcionó de forma autónoma más de 400 horas, sin recargar ni añadir sustrato.
Aplicaciones y desafíos
Las ventajas de estas biobaterías vivas las vuelven candidatas ideales para sensores ambientales en zonas remotas, dispositivos médicos implantables y balizas oceánicas, donde cambiar pilas es costoso o imposible.
También podrían integrarse en suelos agrícolas para monitorear humedad y nutrientes, aprovechando los residuos orgánicos presentes. Incluso se está estudiando su uso como fuente auxiliar en satélites pequeños, reduciendo la masa dedicada a baterías químicas.
Sin embargo, persisten retos. La potencia todavía es baja para equipos de alto consumo, y la estabilidad más allá de un mes requiere optimizar el equilibrio de gases dentro del encapsulado. Además, la producción a gran escala debe garantizar esterilidad y reproducibilidad.
Otro frente abierto es la regulación. Aunque las especies utilizadas son seguras, cualquier dispositivo con microorganismos necesita protocolos que eviten liberaciones accidentales y aseguren la bioseguridad durante producción, transporte, uso y disposición final.
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Conclusión
Las baterías vivas alimentadas por bacterias demuestran que la bioingeniería puede ofrecer soluciones energéticas limpias, duraderas y adaptables. El trabajo de Elhadad y colegas marca un hito al superar las 400 horas de operación continua gracias a consorcios microbianos estratificados.
A medida que se resuelvan los desafíos de escala y normativa, veremos surgir dispositivos híbridos donde la electrónica y la biología cooperen para alimentar la próxima generación de sensores autónomos, mejorando la sostenibilidad y reduciendo el impacto ambiental.
- Elhadad, A., Liu, L., & Choi, S. (2022). Plug‑and‑play modular biobatteries with microbial consortia. Journal of Power Sources. DOI: 10.1016/j.jpowsour.2022.231959
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