La tripofobia es el miedo o repulsión a los agujeros, especialmente los que se encuentran en agrupaciones irregulares. Es una fobia poco conocida y estudiada, pero que afecta a muchas personas en todo el mundo.
¿Qué hace que algunas personas sientan pavor al ver un panal de abejas, una esponja o incluso una fresa? ¿Qué hay detrás de esta extraña aversión?
En este artículo, vamos a explorar las causas biológicas de la tripofobia, desde la neurociencia hasta la dermatología, y cómo se relacionan con las dimensiones psicológicas de esta fobia.
Las bases biológicas de la tripofobia
La tripofobia no es una fobia oficialmente reconocida por la Asociación Americana de Psiquiatría, y no hay un consenso sobre su definición, prevalencia o tratamiento.
Sin embargo, algunos estudios han intentado investigar las posibles causas biológicas de esta fobia, basándose en la hipótesis de que los agujeros pueden desencadenar una respuesta innata de miedo o asco en los humanos.
Una de las teorías más populares es la de que la tripofobia tiene un origen evolutivo, y que los agujeros pueden asociarse con animales o plantas venenosas o peligrosas, como serpientes, arañas, medusas o hongos.
Esta teoría sugiere que los humanos han desarrollado una aversión instintiva a los patrones que recuerdan a estos organismos, como una forma de protegerse de posibles amenazas.
Otra teoría es la de que la tripofobia tiene una base dermatológica, y que los agujeros pueden recordar a enfermedades o infecciones de la piel, como el sarampión, la varicela o la lepra.
Esta teoría propone que los humanos han desarrollado una repulsión natural a los patrones que simulan estas condiciones, como una forma de evitar el contagio o el deterioro.
La neurociencia de la tripofobia
Más allá de las teorías evolutivas o dermatológicas, algunos estudios han intentado examinar las bases neurocientíficas de la tripofobia, analizando cómo el cerebro procesa y reacciona a los estímulos visuales que contienen agujeros.
Uno de estos estudios encontró que las imágenes tripofóbicas activan el córtex visual primario y el córtex cingulado anterior del cerebro, áreas relacionadas con el procesamiento visual y la regulación emocional.
Estas áreas también se activan cuando se ven imágenes desagradables o amenazantes, lo que sugiere que las imágenes tripofóbicas provocan una respuesta similar en el cerebro.
Otro estudio halló que las imágenes tripofóbicas generan una mayor actividad en el sistema nervioso simpático, el responsable de la respuesta de lucha o huida.
Este sistema prepara al cuerpo para enfrentarse o escapar de una situación peligrosa, aumentando el ritmo cardíaco, la presión arterial y la sudoración.
Estos síntomas son comunes en las personas con tripofobia, que experimentan ansiedad, pánico o náuseas al ver agujeros.
La reacción del cuerpo a la tripofobia
Además de las respuestas cerebrales y nerviosas, la tripofobia también puede afectar al cuerpo de otras formas. Algunas personas con esta fobia desarrollan erupciones cutáneas, picazón o granos al ver agujeros, lo que se conoce como dermatitis psicogénica. Esta condición se produce cuando el estrés psicológico causa una inflamación o irritación de la piel.
Otras personas con tripofobia sienten una necesidad compulsiva de rascar, pinchar o cubrir los agujeros que ven, lo que se denomina tricotilomanía. Este trastorno se caracteriza por arrancarse el cabello, las pestañas o las cejas, o por dañarse la piel de forma repetitiva. Esta conducta puede ser una forma de aliviar la ansiedad o el malestar provocados por la tripofobia.
Dimensiones psicológicas
Finalmente, la tripofobia también tiene implicaciones psicológicas, que pueden afectar a la calidad de vida de las personas que la padecen. Algunas de estas implicaciones son:
Baja autoestima: las personas con tripofobia pueden sentirse avergonzadas, inseguras o aisladas por su fobia, y evitar hablar de ella con otras personas. Esto puede afectar a su confianza y autoimagen, y dificultar sus relaciones sociales.
Evitación fóbica: las personas con tripofobia pueden evitar situaciones, objetos o imágenes que contengan agujeros, lo que puede limitar sus opciones y oportunidades. Por ejemplo, pueden rechazar ciertos alimentos, ropa o actividades por miedo a desencadenar su fobia.
Interferencia funcional: las personas con tripofobia pueden experimentar una gran angustia o malestar cuando se enfrentan a agujeros, lo que puede interferir con su desempeño laboral, académico o personal. Por ejemplo, pueden tener dificultades para concentrarse, tomar decisiones o resolver problemas.
¿Cómo se trata la tripofobia?
Como hemos visto, la tripofobia es un fenómeno complejo y multifacético, que involucra aspectos biológicos, neurocientíficos, fisiológicos y psicológicos. Aunque no hay un tratamiento específico para esta fobia, existen algunas opciones que pueden ayudar a las personas que la sufren.
Terapia cognitivo-conductual: esta terapia se basa en identificar y modificar los pensamientos y comportamientos irracionales o negativos que mantienen la fobia. Por ejemplo, se puede enseñar a las personas con tripofobia a cuestionar sus creencias sobre los agujeros, a exponerse gradualmente a ellos y a utilizar técnicas de relajación para reducir su ansiedad.
Terapia de realidad virtual: esta terapia utiliza un entorno simulado por ordenador para crear escenarios que contienen agujeros, y permite a las personas con tripofobia enfrentarse a ellos de forma controlada y segura.
Por ejemplo, se puede mostrar a las personas con tripofobia imágenes de panales de abejas, esponjas o fresas, y ayudarlas a tolerar y habituarse a ellas.
Medicación: en algunos casos, se puede recetar medicación para aliviar los síntomas físicos o psicológicos de la tripofobia. Por ejemplo, se pueden usar antihistamínicos para tratar las erupciones cutáneas, ansiolíticos para calmar la ansiedad o antidepresivos para mejorar el estado de ánimo.
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