Está claro que la pandemia ha sido devastadora para el mundo entero. La cantidad de muertes y la crisis económica y social que ha dejado hacen de la llegada del COVID-19, uno de los eventos más trágicos de los últimos años a nivel global.
Viendo el “lado bueno” de esta crisis, podemos decir que los impactos negativos en el ambiente han disminuido a lo largo del año y en todo el planeta. Según la AEMA (Asociación Europea de Medio Ambiente), esta pandemia pone de relieve las interrelaciones entre nuestros sistemas naturales y sociales; la pérdida de biodiversidad y los sistemas alimentarios intensivos aumentan las probabilidades de que se produzcan enfermedades zoonóticas.
Los cierres provocados por los confinamientos durante la pandemia pueden tener algunos impactos positivos directos y a corto plazo en nuestro medio ambiente, especialmente en lo que respecta a la calidad del aire, aunque es probable que sean temporales.
El COVID no está afectando a todos los grupos socioeconómicos por igual, las personas menos favorecidas tienen más probabilidades de vivir en viviendas de mala calidad y hacinados, lo que pone en peligro el cumplimiento de las recomendaciones de distanciamiento social y aumenta el riesgo de transmisión del virus.
En lo que respecta a la calidad del aire, las emisiones diarias de dióxido de carbono (CO2) se han reducido un 17 % a nivel mundial. La NASA, por su parte, ha mostrado unas sorprendentes imágenes satelitales que reflejan un llamativo descenso de las emisiones de dióxido de nitrógeno (NO2) -cuya principal fuente son los automóviles- en comparación a la época previa al confinamiento.
La duda que surge ahora es si una vez superada esta situación se mantendrá la lucha contra el cambio climático y el compromiso de la sociedad por lograr un ambiente sano.
Hemos pasado varios meses de encierro, saturados por la rutina y… ¿Qué buscamos ahora? Espacios abiertos, aire libre, entornos limpios, no aglomeraciones, desconexión, respirar aire fresco y olvidarnos por un rato de la problemática. Y bien, ¿Dónde encontramos todo eso? En la naturaleza.
El cuidado -o mejor aún, el no daño- de la naturaleza es una inversión, que se trata de la mejor vacuna para protegernos de virus que actualmente afectan a animales silvestres, con los que interactuamos cada vez más -y peor aún- a raíz de la alteración (por contaminación, fragmentación, destrucción, sobreexplotación) que realizamos sobre los ecosistemas donde viven.
Podemos tomar esta situación como una oportunidad para reflexionar y comprender no sólo la complejidad del medio ambiente y nuestro vínculo indisociable con él, sino también, cuán vulnerables somos a las acciones de degradación que nosotros mismos realizamos.
Debemos mantener una relación más sana con el medio natural. No cuidar el planeta significa no cuidarnos a nosotros mismos.
Autora: Bióloga Barbara Mestrallet
Correo: barbaramestr@gmail.com
Muchas gracias, excelente información!